“No hay azúcar. Tengo que coger un taxi muy lejos para comprar un kilo de azúcar”, explica frustrada una mujer en un mercado de Kairouan, una ciudad desértica al sur de la capital, Túnez.
“¡Los precios están subiendo! Los pobres ya no pueden permitirse nada. Es como si el mundo estuviera ardiendo”, explica otra mujer, mientras abre su bolso para pagar una bolsa de tomates, amontonados en un carro de madera al lado de la carretera.
Los jóvenes quieren abandonar el país
Asintiendo con la cabeza, el tendero coge su dinero y hace un llamamiento sorprendente pero discreto: “por favor, facilítanos la emigración al otro lado del mar, para poder irnos”, dice.
Aunque la cliente se burla de esa idea – “¡Quiere ahogarse! ¡Quiere ahogarse!” – para muchos tunecinos más jóvenes, abandonar el país en busca de trabajo y seguridad es un tema de conversación habitual.
Todo ello a pesar de que en los últimos años han muerto muchos miles de personas intentando cruzar el mar Mediterráneo central desde las naciones del norte de África hasta Europa en embarcaciones inseguras, y pese a las frecuentes noticias en la televisión anunciando que otra persona o familia desapareció en el mar.
Presiones migratorias
“Creo que lo que la crisis de Ucrania vuelve a plantear son las difíciles decisiones que la gente tiene que tomar a diario, ya que las personas obligadas a huir de sus hogares, las personas forzadas a abandonar su país, no toman esa decisión a la ligera”, afirma Safa Msehli, portavoz de la Organización Internacional para las Migraciones .
Pese a las más de 85.000 toneladas métricas de trigo ucraniano que llegaron a los puertos tunecinos en los dos meses transcurridos desde la puesta en marcha de la Iniciativa de Granos del Mar Negro, para muchos abastecerse de productos básicos sigue siendo un desafío.
El Secretario General de la ONU, António Guterres, describió el acuerdo como un “faro de esperanza” en la ceremonia de firma de la Iniciativa de Granos del Mar Negro el 27 pasado de julio en Estambul, junto a representantes de Rusia y Ucrania.
Desde el 1 de agosto, 240 buques han zarpado de puertos ucranianos con unos 5,4 millones de toneladas métricas de cereales y otros productos alimenticios.
Falta de materias primas
En un enorme molino de la capital tunecina abunda la harina mientras los trabajadores se sitúan bajo una cinta transportadora que lleva un suministro aparentemente interminable de sémola, empaquetada en grandes y pesados sacos de plástico.
Cuando los sacos empiezan a caer, los hombres, con la cara cubierta de harina blanca y fina, los recogen por turnos y los cargan en un gran camión
La escena es laboriosa, pero el molino no está tan ocupado como debería, en buena medida por el impacto del conflicto ucraniano en la reducción de las exportaciones de grano del Mar Negro, y su rol en la agudización de la incertidumbre económica existente.
“No estamos en crisis, la crisis está siempre presente”, dice Redissi Radhouane, jefe de la molinería de La Compagnie Tunisienne de Semoulerie. ” No encontramos el trigo cuando lo buscamos. El trigo no abunda como antaño”.
Es como tratar de cazar sin balas
En un punto de venta mayorista en Mornag, una ciudad a las afueras de Túnez, Samia Zwabi es consciente de la escasez y el aumento de los precios.
Explica a Noticias ONU que tiene que pedir dinero prestado o comprar a crédito en su tienda de comestibles, suponiendo que pueda encontrarlos en primer lugar. Al igual que para otras familias, el hecho de que sea el comienzo del año escolar es una preocupación adicional.
“Estamos trabajando a medias”, dice Samia Zwabi, que enumera una lista de deseos que incluye leche, azúcar, aceite y zumo de frutas. “Cuando viene un cliente, no puede conseguir los productos básicos. Los clientes nos piden lo que no tengo. Nos quedamos sin opciones. Necesitamos poder trabajar para alimentar a nuestros hijos”.
Sumándose a esta declaración, el principal dolor de cabeza del mayorista Walid Khalfawi es la falta de aceite, como indican sus almacenes vacíos. Otra creciente preocupación es el número de clientes que pagan a plazos, nos dice, mientras agita un grueso fajo de pagarés escritos a mano.
“Si un tendero viene aquí buscando aceite de cocina y lo encuentra, automáticamente comprará pasta, tomates, cuscús y otros productos”, dice este padre de tres hijos casado. “Si no lo encuentra, no comprará nada… Es como ir al bosque a cazar, pero sin balas. ¿Qué puedes hacer?”.
Cuando solo hay un sostén familiar
Desde su modesta casa en la ciudad de Kairouan, Najwa Selmi sustenta a su familia haciendo las tradicionales empanadas de pan hechas a mano, conocidas como tabouna, dos veces por la mañana y una por la tarde.
El proceso de elaboración es costoso y requiere mucho tiempo: una tanda de ocho panecillos planos tarda unos 15 minutos en prepararse. Un proceso que se consigue a partir de harina de sémola, agua, levadura y una gota de aceite de oliva.
Una vez listas, Najwa humedece la superficie de las blandas empanadas y las introduce en el interior de un horno de hormigón calentado con leña. Hace una mueca de dolor cuando las retira con sus manos chamuscadas, una vez que está convencida de que están cocidas.
El reto de mantener las tiendas abiertas
“Mi hija menor empezará pronto el colegio y aún no le he comprado nada, ni mochila, ni libros, ni material escolar, ni ropa“, dice. “Si por alguna razón tuviera que dejar de trabajar… o si me pusiera enferma, no sabemos qué nos depara el futuro, mi familia pasará hambre, ¿qué comerán?”, se pregunta.
“¿De dónde sacarán el dinero? No tenemos otra fuente alternativa de ingresos”, añade.
Las cosechas de una agricultora pueden caer un 60%
Para Inés Massoudi, una agricultora que cultiva olivos y cereales, la invasión rusa no es más que el último episodio en una serie de problemas que escapan a su control, y que llegan tras cinco años de lluvias fallidas y dos de incertidumbre económica provocada por la pandemia de COVID-19.
Massoudi está especialmente preocupada por el incremento de los precios y la escasez de productos para cuidar su explotación de 50 hectáreas en Beja.
Además de tener que pagar por el grano más caro para la siembra, tiene que hacerlo sin pesticidas para tratar el hongo común del trigo y sin fertilizante para promover el crecimiento (un suministro ruso clave antes de la guerra), por lo que la cosecha de Inés podría disminuir hasta en un 60%.
Ante la próxima temporada de siembra, “todo el mundo está dudando”, continúa Inés, “porque el coste de plantar el trigo equivale hoy al de un coche, o a un apartamento nuevo… También está la crisis de Ucrania, que hizo subir los precios de los cereales, junto con los precios de los productos agroquímicos y los fertilizantes, que se han encarecido mucho”
Cuando no sabes si podrás pagar a los trabajadores
De vuelta a Túnez, en el bullicioso barrio de Ettadhamen, el panadero Mohamed Lounissi reconoce sus dificultades. “Es un reto diario”, explica.
“Se carece de productos y de materia prima: la mayoría del tiempo no hay harina, azúcar, aceite todo el tiempo, falta de todo, además está el aumento de los precios, los precios han crecido enormemente”.
De pie frente a un horno de pan dice que le preocupa perder su medio de vida, a menos que pueda pagar su hipoteca, Mohamed admite que el estrés de llevar un negocio en la situación actual le está afectando. “Si no consigo la materia prima no puedo trabajar y siento que tengo una gran responsabilidad a la hora de pagar a los trabajadores“.
En un almacén al aire libre, Mohamed muestra las escasas provisiones de harina de trigo: una pequeña pila de sacos que apenas llegan a la altura de las rodillas.
Conseguir los ingredientes se ha convertido en “un gran problema”, dice. “Si pido ocho toneladas, sólo me dan una. Me dicen que hay que esperar y cuando les digo que no puedo trabajar y que podría cerrar, me dicen: ‘Vale, cierra, no es nuestro negocio”.